*El niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo”
*Ramón López Velarde
*Suave Patria
Por: Francisco Velasco Zapata
El 17 de febrero de 1913, Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez fueron aprisionados como consecuencia de una serie de hechos que se precipitaron cuando el 9 de febrero de 1913 la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan y la tropa del cuartel de Tacubaya se levantaron en armas contra el gobierno. A pesar de que el país atravesaba la revuelta social, hasta entonces, la ciudad de México había permanecido lejana al campo de batalla y, por primera vez, conoció la muerte de civiles en sus calles, los gritos de los heridos, el retumbar de cañones y la lluvia de balas de ametralladoras.
Una de las primeras maniobras de los sublevados, al mando de los generales porfiristas Gregorio Ruiz y Manuel Mondragón, fue liberar de sus prisiones a Félix Díaz y Bernardo Reyes. Los rebeldes se dirigieron al Palacio Nacional, defendido por el general Lauro Villar. En uno de los primeros combates murió Bernardo Reyes, por lo cual Félix Díaz y Mondragón se refugiaron en “La Ciudadela”.
Por su parte, el Presidente Francisco I. Madero salió del Castillo de Chapultepec rumbo al Palacio Nacional, escoltado por cadetes del Colegio Militar y en compañía de algunos secretarios de estado y amigos (Marcha de la Lealtad); sin embargo, durante una pausa que hizo frente al Teatro de Bellas Artes, el presidente Madero cometió el error de nombrar comandante militar de la plaza a Victoriano Huerta, en sustitución del general Villar, que había sido herido durante el combate.
Al llegar a Palacio, Madero organizó la defensa, mandó llamar a varios cuerpos militares (de Tlalpan, de San Juan Teotihuacán, de Chalco, de Toluca) y el propio presidente decidió ir a Cuernavaca a traer a Felipe Ángeles y sus fuerzas. Huerta, mientras tanto, perdía tiempo en detrimento del gobierno pues había entrado en tratos con los sublevados y se había sumado a la conspiración. Por otro lado, y se tiene documentado, el embajador Henry Lane Wilson (embajador de Estados Unidos en México) intrigaba en contra del gobierno generando rumores de que sólo se podría evitar la intervención armada de los Estados Unidos con la renuncia de Madero.
El papel de Wilson durante este episodio fue tan deplorable que con el tiempo se supo que hacía ostentación ante miembros del cuerpo diplomático acreditado de conocer los proyectos golpistas de Huerta y que notificó al “Departamento de Estado de Estados Unidos” que los rebeldes habían aprehendido al presidente y vicepresidente hora y media antes de que ello sucediera.
Asimismo, cuando Madero y Pino Suárez fueron hechos prisioneros, Wilson ofreció a Huerta y a Díaz el edificio de la “embajada norteamericana” para que llegaran a acuerdos finales, en lo que se llamó el “Pacto de la Embajada” donde se desconocía al gobierno de Madero y se establecía que Huerta asumiría la presidencia provisional antes de 72 horas, con un gabinete integrado por reyistas y felicistas; que Félix Díaz no tendría ningún cargo para poder contender en las elecciones; que notificarían a los gobiernos extranjeros el cese del ejecutivo anterior y el fin de las hostilidades. Al “Pacto de la Embajada” siguió la tortura y asesinato de Gustavo A. Madero, hermano del presidente. Después se presentaron las renuncias del presidente y vicepresidente ante un “Congreso” reunido en “sesión extraordinaria”. Este nombró presidente a Pedro Lascuráin, ministro de Relaciones Exteriores con Madero, quien a su vez renunció y nombró presidente a Victoriano Huerta.
Desde su aprehensión, Francisco I. Madero y Pino Suárez permanecieron en el Palacio Nacional, esperando en vano un tren que los conduciría al puerto de Veracruz, de donde se embarcarían a Cuba, al exilio. De nada sirvieron las gestiones de sus familiares, amigos, los ministros de Cuba, Chile y Japón, ante Wilson para que hiciera valer la influencia que tenía sobre Huerta, ya que el embajador les respondió que él, como diplomático, “no podía interferir en los asuntos internos de México”.
El general Aureliano Blanquet dio órdenes, confirmadas por Huerta y Mondragón, para que la noche del 22 de febrero (1913) se trasladara a Madero y Pino Suárez a la Penitenciaría de Lecumberri. En el trayecto se simuló un ataque y los prisioneros fueron asesinados. La ciudad se levantó con la noticia "Ya mataron a Madero" y aunque la primera reacción fue de indignación, la mayoría de los habitantes de la capital se alegraron del cese de hostilidades, salieron jubilosos a las calles, adornaron las fachadas de sus casas y, en unión de la prensa de la época, ensalzaron a los vencedores y condenaron a los caídos.
Por todo lo narrado en los párrafos anteriores es que, hoy día, llaman poderosamente la atención la serie de preguntas que surgen de la lectura de la obra “México Negro, una novela política” del escritor Francisco Martín Moreno quien cuestiona: si durante la revolución no existían monedas fuertes (ni débiles) para comprar armas, además, a falta de una industria militar nacional como afortunadamente ocurre hasta nuestros días, “¿de dónde salió el dinero para importarlas si para adquirirlas en el extranjero se requerían dólares, libras esterlinas, oro o plata, divisas y metales que no existían en México en razón de la ferocidad del conflicto armado? ¿De dónde salió entonces el dinero para que nos matáramos entre todos los mexicanos...? ¿Qué proveedor extranjero de armas iba a vender un solo cartucho de dinamita a los rebeldes si se le pretendía pagar su mercancía con dinero tan fresco como insolvente que Pancho Villa había impreso la noche anterior en el vagón de su ferrocarril y, sin embargo, ahí estaban los cañones, las municiones, los rifles y las carabinas importadas...?
Poco se ha dicho todavía en torno a la ingerencia de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos dada nuestra riqueza en recursos naturales energéticos y nuestra vecindad con el coloso del Norte. ¿Por qué el Kaiser alemán estaba tan interesado en que Estados Unidos le declarara la guerra a México?”
(Cfr. Op. Cit. Joaquín Mortiz,
México, pp. 207-301). ¿Y usted, cómo la ve?
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