*LOS MILITARES A LAS FRONTERAS
Por: José Luis Camba Arriola.
(DIFUNET).Parece haber un acuerdo generalizado en que los “norteamericanos” deben responsabilizarse por el tráfico ilegal de armas hacia México. El Presidente de México se lo exigió a los miembros del Congreso vecino. En México, a todos les pareció bien y se lo aplaudieron (a pesar de que todos, Obama, Calderón, los congresistas e incluso los de los aplausos saben que eso no va a ocurrir). La confusión sobre el uso de los militares para combatir delitos es tal que nadie parece darse cuenta de lo esencial: “lo más sencillo suele ser la mejor respuesta”. Siempre he sostenido que los militares tienen como único propósito resguardar la soberanía de un Estado. Es evidente que muchos confunden la soberanía con la ausencia de violencia y por eso mandan a los militares a realizar trabajo policíaco. Quizás la aplicación del principio de la “Navaja de Ockham” nos ayude a dilucidar la cuestión.
Los políticos y los militares ya anunciaron que el retiro de las fuerzas armadas de las calles del país no ocurrirá pronto. ¿Por qué? Pues en realidad, porque las mandaron a realizar una tarea que les es impropia. La principal cualidad de un político (quizás la única), es saber para qué sirven los demás (personas, instituciones, cosas, presupuestos, actos, etcétera). Es evidente que si alguien no sirve para algo, deben aprovecharlo para lo que sí sirve.
La utilidad deviene directamente de la preparación. Pues bien, resulta que si los militares sirven para defender la soberanía, en este momento tan difícil eso es lo que podrían estar haciendo. La pista se la dio el propio Obama a Calderón el martes 25 de mayo: mandó otros 1,200 guardias nacionales a vigilar la frontera con México.
Los vecinos del norte consideran, de forma atinada, que el control de sus fronteras es una cuestión de seguridad nacional, es decir, de soberanía. No quieren drogas o inmigrantes ilegales y deciden poner militares en su frontera para evitar ambas cosas. No esperan que México impida alguna de las dos cosas (saben que no puede y aunque pudiera es una cuestión soberana de los E.E.U.U., y no se la dejan a alguien más).
No mandan a los guardias nacionales a vigilar las calles y buscar inmigrantes ilegales o narcotraficantes o droga; no, ese trabajo se lo dejan a las diversas policías (incluso los arizonianos, con su nueva ley, lo dejaron en manos de la policía).
Para mandarlos a las calles, hay que declarar estados de emergencia (lo que por cierto solicitan los gobernadores al Presidente, por ser facultad soberana de cada Estado) y cumplir una serie de requisitos de tiempo y lugar para garantizar una salida expedita de las fuerzas armadas. Es decir, exactamente lo contrario que estamos haciendo en México.
Ahora bien, ¿deberíamos hacer algo similar nosotros? Analicemos brevemente la hipótesis:
Nos quejamos de que los norteamericanos no impiden que las armas se trafiquen a México. Bien, mandemos a los militares a cuidar las fronteras para evitar que entre armamento y dinero sucio (cuidar las fronteras es por antonomasia defender la soberanía, lo cual es tarea de los militares).
No necesitamos pedirle a los vecinos que lo hagan por nosotros; esa es una tarea nuestra. Es más, E.E.U.U. ha facilitado el proceso con la construcción de los muros de los que tanto nos hemos quejado. Sirven para ambos intereses, el de ellos y el nuestro. No dejemos espacio por cuidar, ni al norte, ni al sur ni en mar o cielo. Para eso sí sirven los militares.
Desconfiamos de nuestras policías en todo el país. Demos de baja a un número igual de militares y que se conviertan formalmente en policías, homologando los salarios en todo el país y manteniendo un sistema de escalafón y antigüedad atractivo junto con una disciplina militarizada (en la mayoría de los casos ganarían un mejor salario que el que reciben actualmente). Los ciudadanos no podrían desconfiar de ellos pues actualmente cuentan con su respaldo. Aprovechemos ese honor que la población les reconoce para modificar la relación de los cuerpos policíacos con los civiles.
Desconfiamos de nuestras policías en todo el país. Demos de baja a un número igual de militares y que se conviertan formalmente en policías, homologando los salarios en todo el país y manteniendo un sistema de escalafón y antigüedad atractivo junto con una disciplina militarizada (en la mayoría de los casos ganarían un mejor salario que el que reciben actualmente). Los ciudadanos no podrían desconfiar de ellos pues actualmente cuentan con su respaldo. Aprovechemos ese honor que la población les reconoce para modificar la relación de los cuerpos policíacos con los civiles.
Tampoco confiamos en los gobernadores de algunas entidades y creemos que favorecen a determinados grupos de narcotraficantes. Mandemos a los militares a custodiar los límites entre cada entidad federativa y el Distrito Federal. Ese también es su papel: mantener el equilibrio entre los miembros del pacto federal garantizándoles el respeto entre cada uno de ellos. Después de las fronteras, los límites de cada Estado representarían un “segundo retén”. Una segunda oportunidad con respeto a la soberanía de cada entidad.
Por último, si algún gobernador se siente rebasado por el narcotráfico puede declarar el estado de emergencia y pedir la presencia de los militares hasta que restablezca el control por sus propios medios.
El número de militares destinados a “combatir” al “crimen organizado” es suficiente para reasignarlos a estas tareas pero si no lo fuere, se podría recurrir a más. Finalmente, esa es su tarea constitucional, lo que hacen actualmente: no lo es.
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