jueves, 8 de julio de 2010

SIGNOS

¡¿POR QUÉ, SEÑOR?, ¿POR QUÉ…?!

(AGENCIA NOTISIFA) "El Bofo, el pinche Bofo; y el Vasco, el pinche Vasco. Estábamos condenados a perder con ellos...; ah: y con el pinche árbitro pendejo". La crítica. La crítica de los millones de especialistas mexicanos. Y en esas estábamos cuando mataron a Rodolfo Torre Cantú, el candidato a gobernador que estaba a punto de ganar las elecciones en Tamaulipas. Y ese día se daba a conocer que Javier Aguirre recibió una oferta para seguir al frente del Tri por otros cuatro años más. Éste fue el contexto de nuestras sangrientas elecciones.

“No vimos al equipo mexicano que esperábamos”. “Hoy no tuvo una buena actuación”. “Javier Aguirre tendrá que dar explicaciones”.

Hace más de treinta años México entiende sus derrotas de la misma manera. México en cuatro partidos ganó uno solo y contra un equipo francés que fue el peor del Mundial y de toda su historia –aunque no más que el de México en el 78. El México del 78, cuando Argentina ganó su primera copa, fue quizá el peor equipo de todos los tiempos. El México del domingo 27 fue el de todas sus derrotas, el de siempre. Pero en la ruta rumbo a uno y otro torneos mundialistas se dijo hasta la náusea de los conjuntos mexicanos que eran los mejores representativos que se habían conjuntado nunca, y que sus técnicos eras los ideales.

Tras la derrota contra Uruguay, previa a la de la descalificación propinada por Argentina, los eternos convencidos del potencial del Tri seguían su libreto interpretativo heredado de generaciones: el Vasco no debió iniciar con el Guille Franco ni con Cuau, sino con el Chicharito, y bla, bla, bla, el mismo tipo de cosas que le acusaron a Mejía Barón en el Mundial de Estados Unidos, en el 94: perdió él; debió cambiar a Zague y meter a Hugo Sánchez. Por eso nos eliminó Bulgaria.

México, el país entero, está en la ruina hoy porque ésa es su capacidad crítica; ése es el círculo vicioso del entendimiento de su circunstancia.

Javier Aguirre no dio explicaciones del porqué no usó a Guardado y a Hernández si siempre que entraban lo hacían tan bien, ni de porqué metió al Bofo, que no había jugado ni hizo nada. Hay dos culpables: Javier Aguirre y el árbitro.

Pero Javier Aguirre ya había perdido su primer Mundial como director técnico de México, apenas también en el cuarto partido. ¿Por qué se le contrató para un segundo torneo?

Aguirre había sido despedido del Atlético de Madrid, unos días antes, porque no funcionó ahí, donde tenía a dos de los mejores delanteros del mundo –Agüero y Forlán, jugadores de sus respectivas selecciones, las dos que le pasaron por encima a la mexicana en Sudáfrica- y no le ganaba a nadie. Salió Aguirre y el equipo español se coronó campeón de la Liga Europa, lo que era la Copa UEFA. La impresión que deja eso es que se contrata a los técnicos y se les paga tanto -millón y pico de euros al año al Vasco-, sólo para culparlos de las derrotas del país entero.

El argentino La Volpe cobró más de 10 millones de dólares sólo para llegar a perder contra Argentina, en Alemania 2006, como ahora de nueva cuenta en Sudáfrica, apenas también en el cuarto partido, es decir, en el primero de la segunda ronda. Se le pagaron 10 millones de dólares sólo para clasificar al equipo en el área de la Concacaf (la Confederación Centroamericana y del Caribe de Fútbol), una zona del mundo donde se juega el peor balompié del orbe, entre otras cosas porque lo que ahí se juega es béisbol, y lo que más se produce en el deporte son peloteros para las Grandes Ligas de los Estados Unidos. México también produce grandes peloteros, de los mejores del mundo, pero a la televisión no le interesa ese mercado; el aficionado de la pelota sí sabe de dónde son los cantantes, y sabe mucho de béisbol; sabe jugarlo –lo que no es nada fácil, por la velocidad, por las características excepcionales que requiere-, y sabe distinguir muy bien lo bueno de lo mejor: en la pelota no hay jugadores malos ni aficionados ni comentaristas mediocres.
Pero son minoría, y los empresarios mexicanos de Centroamérica y el Caribe financian a sus equipos sólo porque les gusta la pelota.
Para ellos no es un negocio, nunca lo ha sido, menos ahora que el fútbol está en todas las pantallas de televisión y en la boca de todo el mundo porque todo el mundo sabe mucho de eso. Un pelotero sólo puede aspirar a ganar lo que cobra el futbolista más mediocre de la primera división en México, si juega en las Ligas Mayores.

Entiendo que el fútbol es el deporte más simple, y por tanto el más popular y el más rentable –cualquiera es un jugador y un experto-, y que el mercado es tan rico que da para que se le pague a los técnicos el dinero que sea; pero también que los equipos que pueden pagarlo –las federaciones nacionales o las empresas- revisan de manera escrupulosa las trayectorias, los perfiles y las marcas de sus candidatos; unos quieren ser campeones de algo, del mundo, por ejemplo; otros quieren que el célebre escogido distribuya sus enseñanzas y sea un factor de desarrollo del balompié en sus países, cual es el caso del holandés Guus Hiddink, en Asia, o del brasileño Parreira, en África. El italiano Fabio Capello cobró 8 millones de dólares por hacer campeones a los ingleses, y fracasó de manera estrepitosa, también en el quinto partido. Pero, bueno, Capello tiene un largo historial de éxitos en el mercado global del balompié, y el convenio con Inglaterra era llevarlos a su segundo campeonato mundial; ¿cuál era la trascendencia de Aguirre o de La Volpe para cobrar lo que han cobrado?

Aquí nunca hemos sido partidarios del Tri, porque el Tri, "el equipo de México", es el equipo de los monopolios televisivos, y los monopolios no están hechos para la competencia, sino para ganar con la pobreza mental. Los productos monopólicos mexicanos sólo compiten con los beneficios que imponen los consorcios a las regulaciones del Estado sobre sus operaciones, con la evasión fiscal, con las legislaciones laborales a modo, con los salarios y las prestaciones miserables, con los precios y las tarifas preferenciales, con los contratos sin concurso, con los concursos amañados, con las mafias sindicales, con la complicidad oficial, con los negocios de poder, con el influyentismo, etcétera. Los monopolios crecen en la discrecionalidad institucional, en la prebenda y en la corrupción; ésas han sido y son las condiciones sobre las que compite el fútbol mexicano.

La tradición nacional es la conformidad con el poder de los monopolios, con sus condiciones, con su concepto de la competitividad y del éxito. Y si con su modelo de crecimiento han ganado siempre todo y sus dueños son los más potentados del planeta, ¿para qué cambiar ese modelo?
Por eso todas sus armas han apuntado en los últimos años a defender su control absoluto sobre el espectro radioeléctrico mexicano, sobre la distribución de las concesiones, sobre la nula contraprestación por el uso de frecuencias; ese gandallismo para disponer a perpetuidad de la banda ancha sin retribuir nada por el uso lucrativo de esos bienes del Estado ni pagar un solo peso. Por eso creen que pueden seguir manteniendo a raya a los legisladores enemigos en el Congreso, y que serán capaces de devolver uno a uno los golpes recibidos de la Suprema Corte. Ellos han sido, desde su fundación como un poder indisoluble del Estado y como propiedad entonces del jefe absoluto del Estado, Miguel Alemán Valdés, la fuerza más influyente en la historia de ese Estado.

El Estado los hizo poderosos para mantener el dominio integral del partido de Estado sobre la sociedad y los patrimonios de la nación. ¿Cómo se iba a producir una idiosincrasia para la competencia? ¿Cómo el fútbol y su afición podían aspirar a trascender? De la derrota espiritual del país, como un modo de ser, han vivido los monopolios; ¿cómo promover la virtud cognoscitiva y contribuir a forjar un pueblo crítico?

"Al pueblo hay que darle lo que el pueblo pide, ése es el éxito de Televisa", han sostenido siempre sus patriarcas. ¿Y acaso el pueblo quiere educarse?; ¿acaso el pueblo quiere aburrirse en la cultura? Pues no. Entonces la cultura debe desterrarse de la faz de los medios privados y aislarse para los sectarios en unos medios públicos de los que debe omitirse por lo demás toda intención de competencia comercial, toda posibilidad de financiamiento del mercado, y todo financiamiento público que pueda fortalecerlos, puesto que si están destinados para unos cuantos, para unas minorías apenas, para los exquisitos, no se justifica asignarles importantes recursos del erario procedentes de los impuestos de las mayorías, como se hace en los países civilizados.

De modo que al público lo que pida, y el fútbol como siempre lo ha querido: a la medida de los grandes intereses corporativos y de la mediocridad masiva. Lo que el pueblo quiere es la expectativa de ser un campeón, la ilusión de serlo. Y está acostumbrado a los milagros. Si no gana hoy, ganará mañana, y si pierde es porque Dios así lo quiso. Pero en lo fundamental, él, el pueblo, es lo máximo, y cuando pierde, entonces el culpable no es él, sino su circunstancia.
Los responsables de las derrotas siempre son eventuales, siempre tienen nombre y apellido, son los que han traicionado la confianza de los mexicanos, los corruptos son ellos, son los otros, los demás somos las víctimas y no podemos hacer nada. Nomás no incluyan a las televisoras, porque gracias a ellas tenemos la única felicidad disponible, la diversión a que podemos aspirar, el único espacio de liberación –con la Iglesia- de nuestras grandes penas, el fútbol que todos queremos, que nos merecemos.

Y entonces, en la víspera, con apenas un juego ganado, todos a las calles del país a celebrar la victoria. En la tele han dicho que estamos a un paso de ser campeones. De hecho, ya lo somos, con sólo esto nos ha bastado siempre. Somos la mejor afición del mundo. El ídolo que sea es nuestro ídolo. El milagro, lo festejamos todos.

Y luego, como siempre, la derrota. Que no es una derrota más. Sino una edición más de la derrota.

El equipo tenía para más. No fue el equipo de los mejores días. Aguirre tendría que dar una explicación: ¿Por qué no el Chícharo ni Guardado?; ¿por qué Cuauhtémoc y el Guille?; ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué...?

Esto se escribe de un tirón apenas termina la segunda madriza mundialista consecutiva de Argentina a México, en medio del caudal de explicaciones y justificaciones de una derrota anunciada y de un milagro en el que, no obstante, todos confiaban a ciegas a partir de nada, de la esperanza etérea, eterna, de ganar sólo porque sí, ¿porque no sé de dónde, sino habíamos ganado nada, estábamos tan seguros de que ahora sí teníamos con qué?

Se escribe esto en el saldo tumultuario de una desazón extraña, puesto que todo mundo sabía que sólo un milagro podía darnos una victoria. "Nadie confía en nosotros", les había dicho Aguirre a sus pupilos. Y nadie esperaba que ganaran, en efecto, porque todo mundo sabía que el equipo de Maradona, uno de los dos más grandes futbolistas de todos los tiempos, sí estaba conformado por algunos de los mejores jugadores del mundo. ¿Por qué tanto escándalo entonces por la derrota? ¿Por qué, por ejemplo, el sainete tan vergonzoso entre los mexicanos que ocupaban la zona de palcos VIP, reservada por la Federación mexicana de Fútbol, en el estadio Soccer City de la capital sudafricana, al término del partido?; una bronca en la que estuvieron involucrados, entre otros, el hermano del Cuau, la mamá del Cuau, y el director federal del Fonatur, Miguel Gómez Mont, hermano del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont; ciertamente sujetos de la más baja estofa; chusma, pues, como tanto vago que gobierna y tanto vividor que vive a sus anchas a costa del desmadre que es este país?

De un canal a otro, hora tras hora, día tras día, latido tras latido, los nombres del Chícharo, del Cuau, del Guille, de Márquez, de Salcido, del Maza, de por derecha, de por izquierda, de si en la contención, de si el más desequilibrante, de si esto, de si aquello…, un torrente inaudito, interminable... ¿y por qué entonces asumir en la antesala que ganar sería un milagro y que perder sería culpa de alguien? Bueno, porque la derrota perenne es inexplicable cuando un pueblo perdedor no quiere verse en el espejo ni hacer el mínimo movimiento crítico para invertir el ocio en algo más que en pedas y en fútbol.

Esto se escribe en la efervescencia de la última de las derrotas mundialistas de siempre. En la primera hora de abatimiento. El día de su publicación ya será historia. Y México contra el narco y contra Elba Esther, seguirá perdiendo.

¿Hay qué cambiar algo dentro del fútbol o hay que cambiar la mentalidad del país?

Yo digo que hay que empezar por el sistema educativo, porque un país que no sabe leer ni escribir, menos ha de saber pensar. Si no hay actividad crítica, no hay civilidad política ni liderazgos de altura, ni por tanto paz social ni innovación para el desarrollo ni desarrollo humanístico ni justicia distributiva. El destino pasa por la escuela. Si no pasa por ahí, no pasará. Será el camino del regreso, en el fútbol y en todo lo demás.

El nivel del fútbol es el del liderazgo de Calderón. No por nada el presidente eligió a los futbolistas mexicanos como el paradigma del éxito, los héroes del ejemplo a seguir.

Apoyar ese México es apoyar el fracaso. Repetir al infinito los incontables reveses.

México nunca ha pasado a cuartos de final en la historia de los campeonatos del mundo de fútbol celebrados fuera de México. Brasil, Argentina y Uruguay han ganado nueve copas mundiales entre los tres y van por la diez. “¿Acaso es tan difícil entender eso? Es un gusto por ahora escuchar las lamentaciones de la gente de Televisa, y cómo arrojan tierra sobre el Vasco, su última invención genial.

Ahora seguirá el silencio de los monopolios para trabajar de nuevo en la próxima expectativa mundialista del público mexicano. Y así, el cuento de nunca acabar.

Y apenas al día siguiente de escrita esta nota y del escándalo de los mexicanos de la ralea de los palcos para espectadores muy selectos, ¡VIP!, en el estadio Soccer City, de Johannesburgo, fue emboscado en Ciudad Victoria, Tamaulipas, y asesinado con cuatro de sus acompañantes –otros cuatro estaban graves-, el doctor Rodolfo Torre Cantú, candidato del PRI a gobernador, que habría ganado de calle las elecciones de este domingo 4. Un hombre afable, de trato franco y abierto, con simpatías y aprecios muy bien ganados entre la gente; con un sentido muy honesto de sus responsabilidades públicas, muy eficaz en sus realizaciones sociales, y muy redituable en sus valoraciones políticas.

Se sabe que si bien era del entorno cercano del gobernador Eugenio Hernández, y que estaba muy próximo a sus afectos personales, no fue su primera opción para la candidatura de su partido a sucederlo; que Rodolfo Torre hizo valer su popularidad, su fuerza propia y la solidez de sus posibilidades de triunfo electoral, y que el gobernador decidió respaldarlo entonces sin objeciones, puesto que a fin de cuentas era su amigo y formaba parte de su grupo de poder.

Era pues el mejor de los candidatos, y el que ganaría con el mayor margen de sufragios a la oposición –más de 30 puntos arriba del candidato panista-, según todas las encuestas, en los comicios celebrados en el país.

Era un hombre de carácter, y valiente, pero fue víctima de las dimensiones invencibles de la violencia y de la impunidad del crimen, tanto, quizá, como de su excesiva confianza y de su buena fe.

En un territorio a merced de las bandas criminales más peligrosas, Torre se atenía a un dispositivo de seguridad muy reducido, sin vehículos blindados, sin suficientes escoltas, sin avanzadas que impidieran emboscarlo, como la que lo mató. En apenas dos vehículos cubiertos por la colorida e inconfundible propaganda de la campaña, pudo ser un blanco fácil en extremo, sobre todo si, como parece, los ejecutores cumplieron órdenes de algún jefe del narco -quienes movilizan a menudo largas columnas de camionetas con decenas de sicarios armados hasta los dientes, y a quienes les sobran los efectivos para montar retenes aquí y allá, o capacidad para comprarlos entre las policías y las Fuerzas armadas.

No hay, en los antecedentes del candidato asesinado, indicio alguno de nexos peligrosos que pudieran advertir que fue víctima de dichas relaciones; parece más bien tratarse de un mensaje en que la mafia hace saber –y la mafia puede comprender a los capos y a sus socios en la política- que no quiere gobernantes con ese perfil en su territorio.

En casi todos los ayuntamientos del noreste, o en todos, el narco ha condicionado a los alcaldes el nombramiento de sus jefes policiacos. El problema en los últimos tiempos, tras la ruptura en los mandos de los Zetas y del cártel del Golfo, es la alternancia constante en el control de las ciudades, los municipios y las regiones; los desplazamientos deshacen los arreglos, y los reacomodos multiplican los ajustes de cuentas porque los bandos exigen compromisos de sangre y fidelidades fatales.

"No queremos a ése. Ponga al que quiera menos a ése. Si no se lo matamos", le dijeron a un candidato a presidente municipal en Río Bravo cuando anunció a quien sería su jefe de Seguridad Pública. Y cuando iban a ejecutar a Juan Antonio Guajardo, un candidato a alcalde del PT que estaba condenado a perder la elección pero denunciaba a diestra y siniestra el control político que ejercían los Zetas en el municipio –mucho antes que rompieran con los del Golfo-, le ordenaron al jefe de la policía, con cinco horas de anticipación, que desmovilizara a sus elementos en las inmediaciones del lugar donde lo harían y en algunos otros sectores necesarios para salir, y que desactivara las cámaras de vigilancia.
Habían amenazado al funcionario municipal con atacar a su familia si desobedecía, y Guajardo había hecho caso omiso de las advertencias que se le hicieron. Guajardo y el funcionario del ayuntamiento habían sido amigos, hasta que las diferencias políticas los separaron. Y cuando se hicieron las investigaciones acusaron al funcionario de formar parte de los Zetas.

Lo corriente, sin embargo, es que los platos rotos de los desacuerdos los paguen los subordinados, o que sean los policías quienes mueren en los desplazamientos de unas bandas por otras en el control territorial. ¿Contra quién fue el mensaje del asesinato de Rodolfo Torre Cantú para impedir que gobernara Tamaulipas? ¿A quién querían al frente del poder del estado? ¿Qué no quiso aceptar? ¿Quién no quiso aceptar qué? Porque si lo hubiesen amenazado a él, ¿cómo es que andaba tan desprevenido? Iba a cerrar campaña en Valle Hermoso, donde asesinaron hace unas semanas al candidato panista a la alcaldía y donde se dice que reside el mando superior de los Zetas (era la ciudad de la calma chicha hasta antes de la ruptura de éstos con los del Golfo). ¿Por qué, si se iba a meter a la boca del lobo, iba tan ligero de protección, tan expuesto, tan vulnerable? ¿Y por qué lo mataron en Ciudad Victoria, a casi 400 kilómetros de ahí, y no ahí? ¿Y por qué sólo una semana antes de las elecciones? ¿Si el objetivo era sólo él; si a quien no se quería era a él, por qué esperar hasta el tramo final de la campaña y del proceso? Tras el crimen, a menos de una semana de las urnas, sólo había dos nombres en el PRI con las condiciones más eficientes para suplir al candidato muerto; uno de ellos era el de Manuel Muñoz Cano, coordinador de campaña de Torre e hijo del desaparecido Manuel Muñoz Rocha, a quien se acusó de haber orquestado la conspiración homicida del secretario general del PRI, Francisco Ruiz Massieu, excuñado de Carlos Salinas de Gortari, por decisión del hermano mayor de éste, Raúl, ahora libre tras la sentencia de un juez que lo declaró inocente.
El PRI optó por el hermano mayor del candidato asesinado, Egidio, en un clima de crispación, de ataques de ida y vuelta entre el presidente y la cúpula priísta, donde el primero llamaba a un enésimo diálogo político nacional pero empezaba por envenenarlo acusando a los priístas de usar la tragedia con fines electoreros, y los segundos machacaban durísimo sobre el enanismo de su presidencia. Parecía evidente que con diálogo o sin él no habría soluciones, porque encuentros de seguridad nacional y discursos sobre la materia han abundado tanto como la sangre y los enfrentamientos.

Sobra la preguntadera. Y también algunas certezas. Por ejemplo, en el primer campo, ¿desde dónde va a tomar decisiones el próximo gobernador en relación con la violencia y la inseguridad? Está en curso el proyecto de policía única y él será el de las decisiones fundamentales al respecto en su estado: ¿va a combatir?; ¿va a operar en el sentido de la militarización propuesta por el general Galván?; ¿y qué va a hacer en relación con los alcaldes?: ¿los va a hacer gobernar?, ¿o van a seguir entregando sus demarcaciones a las bandas que se las ganen a punta de masacres mientras los del norte se hospedan en las ciudades del sur de Texas?

La cuestión es que no se trata de un solo grupo del narco, sino de dos grupos violentísimos respaldados por otras organizaciones también en guerra en todo el país; una guerra en crecimiento, por lo demás, porque está estimulada por muchos factores.
La guerra misma de todos contra todos complica el abasto de drogas desde Sudamérica, donde Colombia ha bajado de manera significativa la producción de cocaína. El Chapo tiene problemas con el mercado de la seudoefedrina porque su suegro, Nacho Coronel, está fuera de circulación y es el rey de la industria de las metanfetaminas; hay versiones que aseguran que la SIEDO lo tiene secuestrado; es decir, que lo tiene retenido, pero que no puede presentarlo porque de hacerlo, dicen, el Jefe Diego se muere.
Y que sí, que como especularon algunos medios al principio de la desaparición de Fernández de Cevallos, la exmujer del Chapo y su hija también están detenidas de manera ilegal por el gobierno, y que ésa es la razón por la que La Familia hizo el trabajo. De modo que está cayendo el suministro de mercancía para los narcos y están bajando sus ventas en los Estados Unidos y en el mercado interno. Y por eso las divisiones en las mafias se multiplican y los ajustes de cuentas, así como se reproducen la extorsión y el secuestro como mecanismos de financiamiento de los grupos más rudimentarios.

Ya no puede gobernarse como antes; la disyuntiva es fatal. O los mandatarios se entregan o su gente muere. O ellos mismos pueden morir o mueren los candidatos antes de asumir el poder. Debieran poner las barbas a remojar quienes aspiren a escalar en la política sólo porque les es posible o por un prurito de estatus.
La lección sangrienta del asesinato de Rodolfo Torre es que quien quiera gobernar se pregunte para qué quiere hacerlo, si para enfrentar la violencia con un sentido claro de lo que debe hacerse o para entregar la función de la seguridad pública a las mafias. Porque no hay nada más opuesto al mandato de una sociedad que la violencia. (Claro que las democracias imperiales, como la americana, son violentas por naturaleza; su espíritu de conquista se expresa sobre todo en sus instituciones y en sus empresas para la dominación –armada, económica, científica e ideológica- del mundo.
Pero esas sociedades, como la de Estados Unidos, tienen sus propios mecanismos violentos de regulación legislativa, como la pena de muerte, el derecho de poseer armas de asalto para su defensa, y las leyes extraterritoriales específicas para torturar y masacrar por motivos de seguridad nacional; y esos mecanismos se usan con rigurosa puntualidad porque para eso son: derivan de una idiosincrasia de origen que se superpone a las demás, y deben mantener el equilibrio de las altas tensiones que producen los vastos y diversos intereses, valores, libertades y compromisos que se mueven en el sistema. La alternativa de decir la verdad; la del control de la corrupción y el juramento bíblico del Destino Manifiesto, es un antídoto contra la ruptura y el advenimiento del caos, que, en una sociedad así, sería de dimensiones apocalípticas.
El que falta a la verdad es un peligro; el minucioso conspirador obsesivo y el sicópata deben tener enfrente una institucionalidad de la persecución y la sanción a su medida. El otro antídoto contra la explosión de la adrenalina imperial es, claro, el de las drogas, dentro del mismo esquema de racionalización donde también se establece la frontera de la industria de las mafias. No se puede ir a tantas y tan sangrientas guerras de exterminio con una conciencia de paz, ni regresar de ellas a vivir la vida y a esperar la muerte con una quietud crepuscular. El imperio reside en la temeridad de la exploración y en la coercitividad necesaria para alumbrarlo.)

¿Hasta dónde ha de llegar la cacería de seres humanos en este matorral ingobernable en que se ha convertido el país? El problema no es que Calderón no tenga liderazgo ni que deje el poder, como debiera. El problema no es la policía única, si van a seguir en ella los mismos funcionarios y los mismos policías y ministerios públicos incompetentes y corruptos. El problema es dónde están los liderazgos poderosos que se hagan respetar y a quienes puedan temer los narcos por su capacidad manifiesta de ir por ellos y acabar con ellos, en la realidad del incendio que nos funde, más allá del discurso de llevarlos ante la justicia y de someterlos al Estado de derecho y todos esos cuentos imposibles de la parafernalia de los discursos de la demagogia de la democracia, porque no existe el Estado de derecho, o es una piltrafa el tal Estado de derecho.

Dónde están los liderazgos políticos que tengan la temeridad de los narcos, y una visión de Estado todavía más grande, para organizar e integrar con eficacia todas las fuerzas del Estado, y lanzarse a destruir a los secuestradores de las libertades individuales y los derechos sociales que deben ser defendidos por ese Estado y ese poder republicano. Dónde está el que se haga oír y el que pese con peso específico en las decisiones legislativas y pase por encima de las frivolidades partidistas de los parlamentarios de a centavo que ocupan la mayoría de las curules de todos los congresos.

No va a combatirse a las mafias con prédicas morales ni prudencias leguleyas. Se necesitan acuerdos fácticos y leyes emergentes –y normas de excepción para situaciones extraordinarias y ámbitos territoriales ingobernables tomados por el hampa-, y una voz de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas que sea oída, que sea seguida y que sepa lo que dice y lo que se tiene qué hacer con la fuerza de las armas de guerra del Estado.
Ni todas las mafias juntas podrían contra la décima parte de ese poder de fuego, si se supiera usar con precisión y se tuvieran a la mano los instrumentos constitucionales y reglamentarios para el desplazamiento estratégico de los efectivos, y los sistemas de inteligencia pudieran ubicar los blancos. Pero no hay perfiles de liderazgo a la medida de las urgencias de la nación, ni las cadenas institucionales de mando para que las órdenes se traduzcan en operaciones inmediatas y exitosas.
Las que había en los tiempos del presidencialismo autoritario fueron rotas por el triunfalismo democrático que derivó en las grotescas aventuras y los chismes de alcoba de un matrimonio presidencial de panistas chiflados, cuyos colaboradores rapaces hacían negocios hasta con la compra de las toallas para los aposentos de los enamorados del supremo poder, y de colchones y enseres para las sedes diplomáticas en París y en China.

Luego vino la declaración de guerra sin ton del segundo mandatario del cambio sin conocer la ratonera en la que se metía ni tener los pelos de la burra del sistema de seguridad nacional, desbaratado por su antecesor, en la mano. Y ahora, tras que la Secretaría de Seguridad Pública se volvió más importante que la de Gobernación, donde sólo se hacen ahora los mandados políticos del presidente, todo se reduce a tirarle pedradas a las nubes de alacranes voladores que se reproducen en la impunidad, y en la evidencia de que no hay otra cosa para combatirlos que piedras contra los blancos voladores y huidizos que pican, matan y se van a sus montones de escondidos agujeros. Por eso nadie le tiene miedo a Calderón, ni las fuerzas políticas le tienen respeto.
De ahí las burocracias lamentables y los enredos que terminan haciendo leyes enrevesadas que ha menudo es mejor no promulgar, como la reciente Ley de Seguridad Nacional, cuyos ordenamientos sobre el papel del Ejército en los conflictos civiles y contra la violencia y la inseguridad, son un auténtico tiro por la culata de dimensiones nucleares. Y todo por los politiqueros cuidados y las delicadezas mezquinas y los radicalismos de ocasión de los grupos parlamentarios. Calderón debiera irse, ¿pero quién lo sustituye? Cualquiera, diría la voz popular; cualquier cosa es mejor que las inercias declarativas presidenciales.
Pero eso dijo la voz del electorado en el 2000, convencida de que cualquier otro era mejor que los gobiernos tricolores, y ahora dice que los tricolores, comparados con lo que hay, son la luz del nuevo mundo. ¿Y quién sustituye al Vasco al frente de la Selección, ése, nuestro otro gran dilema nacional? Hay millones de dólares disponibles. Igual y se convoca a La Volpe de nueva cuenta. Y luego se puede convocar de nuevo al Vasco Aguirre.
Las decisiones electorales van de la mano de las del soccer. La idiosincrasia es la misma. Quienes van a las urnas llenan los estadios y se juntan en las cantinas a ver el fútbol y le van a la Selección. Y dicen que allá afuera el mundo sigue andando.

No hay comentarios.: